sábado, 15 de septiembre de 2012

Mi primera columna en papel

Esta es una de esas entradas que no quieres escribir por no hacer un blog personal, pero es imposible. Un blog es personal desde el mismo momento en el que decides que tu nombre y/o tu cara van a salir en él, por lo tanto, voy a dejar a un lado la tontería de no hacer un blog personal, y me voy a permitir escribir sobre una de las cosas que más ilusión me han hecho desde hace mucho tiempo. Mentira, me ilusiono con cualquier gilipollez, si me permitís las palabras malsonantes, pero puede decirse que esto me hizo especial ilusión.

Cuando sales de cañas, no necesariamente de noche, no llegas a imaginarte las cosas tan grandes que pueden llegar a ocurrirte, como por ejemplo, que te regalen una columna. Entre coña y no coña, a mí la semana pasada me regalaron una, concretamente la del martes, y más concretamente la de la contraportada del Diario de Pontevedra de dicho día. La condición: titularla "diamantes". Evidentemente lo de los diamantes era broma, pero igual que no te imaginas las cosas que te pueden pasar, tampoco te imaginas las que te puedes creer. Bueno, el caso es que llegó el lunes y pregunté a mi padrino de columna si aquello seguía en pie o tampoco era en serio. Pues bien, sí que era en serio. Allí me vi yo, con la resaca mental acumulada de varios días, incluso meses, sentada en la redacción con una columna que llenar, con temas pasados de vueltas, de los cuales al final no escogí ninguno (muy propio de mí), y con la confianza de aquellos que me animaban a escribir presionándome el cogote como si de un yugo se tratase. Os parecerá una chorrada, pero cuando sabes que van a leer cómo se te pira la pinza, asusta.

El desenlace, que como aquí no tengo límite de caracteres me alargo hasta ser, a veces, soporífera, fue esta bonita columna (o eso me han hecho creer que es) que voy a pegar a continuación. Espero poder volver a escribir algo en ese hueco de la contraportada. No obstante, me quedo con la experiencia, fue un experimento curioso. Lo que no va a poder quitarme nadie es la sonrisa que me saca este texto cada vez que lo leo y me acuerdo de toda esa cantidad de diamantes brutos, que no en bruto, que hay por ahí sueltos.



DIAMANTES

Esos pedruscos que presumen de ser los más duros del mundo, esos mismos, en el fondo son piedras preciosas que tienen mejores cualidades que destacar, por ejemplo, la de brillar siempre. Hay personas que son como estos pedruscos: resaltan su dureza (ellas mismas o el resto de la gente, que habla por encima de sus posibilidades), pero tienen mejores aptitudes que realzar. Son brillantes y no son capaces de admitirlo. ¡Malditos sean! Me sacan de mis casillas, pero no querer creerse lo grandes que son les hace mejores aún, si cabe. Su brillo es imperecedero, aunque ellos lo desprecien. Siempre he pensado que la autoestima estaba sobrevalorada, pero mi teoría se derrumba cuando me topo con algún individuo de estas características: testarudo e incapaz de reconocer que su resplandor es permanente, aunque lo trate de esconder como los que tratábamos de ocultar la luz de la Game Boy debajo de las sábanas cuando éramos pequeños... es decir, inútilmente. ¿No se darán cuenta de que sus actos les delatan? Algunos no tenemos mucha autoestima, pero necesitamos convencer a estos brutos para que la tengan, porque nos da rabia que no crean en la capacidad de su brillo, gracias al cual sobrevive nuestra sonrisa los días malos sin diluirse tan pronto como el azúcar en esos cafés nocturnos que tomamos para soñar despiertos.


El enlace al Diario: http://diariodepontevedra.galiciae.com/nova/195573.html

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