martes, 26 de febrero de 2013

Reciprocidad

Cuesta hasta pronunciarlo. Cuesta tanto como mirar la hora en los relojes sin números, es decir, cuesta tanto como tu falta de interés quiera que cueste. Desde tiempos inmemoriales, entiendes, como la gran mayoría de la gente, que lo recíproco es algo mutuo, pero llegas un día a Google y un antropólogo inoportuno te rompe todos los esquemas. Te planteas a ver si es que vas a llevar media vida haciendo el idiota, sin tú saberlo claro, esperando que la reciprocidad te salve de tu estupidez suprema en todos los niveles de relación humana posibles, y va a resultar que ahora la reciprocidad también puede ser negativa, lo que viene a significar que te pueden dar por saco sin tu hacerlo y encima sacar beneficio, algo así como lo que hacen los gobiernos, pero ese es otro tema que aquí no tiene cabida. Pero de este aura de negatividad que envuelve a la reciprocidad tenemos la culpa nosotros, que somos capaces de creernos que ser altruista es ser gilipollas cuando los verdaderos gilipollas somos nosotros, que en vez de dar sin esperar siempre algo a cambio nos empeñamos constantemente en esperar una respuesta que tiene que ser encima la que nos guste, acabando en la inmensa mayoría de los casos decepcionados y/o cabreados, sin más, por idiotas. Pero qué sería de nosotros los humanos si no fuésemos así, todo sería fácil, sencillo y, muy probablemente, aburrido. No existirían las canciones de desamor, que casi siempre son las mejores por mucho que les fastidie a los enamorados a los que les gusta alguna de ellas y deciden no compartirlas no sea que alguien se dé por aludido. El caso es que con tanta tontería perdemos más sonrisas de las necesarias.