miércoles, 27 de noviembre de 2013

Venido a menos

Yo no sé si alguno sabe lo que es estar venido a menos, pero me parece que eso es lo que me ocurre a mí. "Estar más tirado que la suela de un zapato" creo que es la frase con la que mejor se me podría definir ahora mismo. Claro, que yo tengo otra de cosecha propia, es decir, de las malas, que quizá puede explicar más claramente esta pequeña situación de desavenencia conmigo misma por la que atravieso: "estar menos inspirado que Dios cuando creó el desierto". Porque para qué nos vamos a engañar, es bien majo, pero no se rompió la cabeza el angelito.
A lo que iba, os aseguro que se puede estar en desacuerdo con uno mismo. Luego está lo de entrar en discordia con tu cabeza y con tu inspiración, que si lo juntáis todo ya es un percal "cuajanudo", como diría Iturriaga. Pero voy a describir con un poco más de detalle la situación antes de que empecéis a pensar que lo que tengo es un trastorno serio. No os asustéis, que solo es que no escribo nada bueno últimamente. Mejor dicho, no escribo nada últimamente.
Allá voy. Yo me pongo frente al ordenador, o a la libreta, porque soy de las que sigue escribiendo a mano. Me gusta mi letra, la quiero y la adoro, mucho, muchísimo, porque como cojo el lápiz mal desde que escribí mi primera vocal, ella ha sido la que me ha salvado siempre de las broncas de los profesores. "Si la niña tiene una letra maravillosa, ¡para qué la vamos a corregir!", decían. Pero una buena colleja a tiempo tampoco me hubiera venido mal por otras causas. Las cosas como son. 
Después de esto, intento escribir. Empiezo a mirar a mi alrededor, veo 'La metamorfosis' de Kafka. "Qué libro tan grande" pienso. Sigo observando, encima hay una recopilación de relatos de Quim Monzó "cómo se le va, pero qué bien escribe". Echo un vistazo a otra estantería, hay un par de libros de Jabois. "Qué bien escribe este cabrón", pienso para mis adentros. Me enfurruño. Abro una web, otra, otra más, un blog, otro, otro más. Leo cosas pésimas y digo "puedo escribir algo mejor que esto", ego arriba, vuelvo a mi página en blanco, junto un par de frases. Leo cosas maravillosas y digo "joder, yo no soy capaz de escribir algo tan bueno", cierro el Word, dibujo una cara con la boca torcida en la libreta. "Mejor en otro momento", pongo la misma cara que he dibujado. No lo hago aposta. Y así pasan los días, con artículos a medias, documentos de Word en blanco y folios y libretas plagados de caras con una sonrisa de medio lado, como la mía. 


martes, 26 de febrero de 2013

Reciprocidad

Cuesta hasta pronunciarlo. Cuesta tanto como mirar la hora en los relojes sin números, es decir, cuesta tanto como tu falta de interés quiera que cueste. Desde tiempos inmemoriales, entiendes, como la gran mayoría de la gente, que lo recíproco es algo mutuo, pero llegas un día a Google y un antropólogo inoportuno te rompe todos los esquemas. Te planteas a ver si es que vas a llevar media vida haciendo el idiota, sin tú saberlo claro, esperando que la reciprocidad te salve de tu estupidez suprema en todos los niveles de relación humana posibles, y va a resultar que ahora la reciprocidad también puede ser negativa, lo que viene a significar que te pueden dar por saco sin tu hacerlo y encima sacar beneficio, algo así como lo que hacen los gobiernos, pero ese es otro tema que aquí no tiene cabida. Pero de este aura de negatividad que envuelve a la reciprocidad tenemos la culpa nosotros, que somos capaces de creernos que ser altruista es ser gilipollas cuando los verdaderos gilipollas somos nosotros, que en vez de dar sin esperar siempre algo a cambio nos empeñamos constantemente en esperar una respuesta que tiene que ser encima la que nos guste, acabando en la inmensa mayoría de los casos decepcionados y/o cabreados, sin más, por idiotas. Pero qué sería de nosotros los humanos si no fuésemos así, todo sería fácil, sencillo y, muy probablemente, aburrido. No existirían las canciones de desamor, que casi siempre son las mejores por mucho que les fastidie a los enamorados a los que les gusta alguna de ellas y deciden no compartirlas no sea que alguien se dé por aludido. El caso es que con tanta tontería perdemos más sonrisas de las necesarias.